Patinando sobre mi propio estilete (mejor no contarlo)

No debería ni haber empezado este post porque, en esta ocasión, mientras intentaba continuar mi sangriento propósito de pasar a cuchillo a los blogs más votados de los malditos premios estos, he patinado sobre mi propio estilete, haciéndome un par de cicatrices de lo más feo. Y todo ha sido culpa de...

HAY GNOMOS CORRIENDO POR LA PARTE TRASERA DE MI MENTE (a la fecha, nº 1 de los blogs personales).

O el blog de un sujeto que escribe, pinta y se describe a si mismo como “una croqueta de pollo”. Así que el tío Jack se las prometía tan felices: una croqueta es una cosa blanda, flácida, que me recuerda a esas cincuentonas de suburbio barato que no tienen vergüenza de exhibir su informe celulitis en cualquier playa mientras llaman a gritos a su hijo Jonathan a comer el bocata de filete empanado. La escabechina parecía tan fácil como contestar diariamente a los incoherentes comentarios de mis enemigos. Para más INRI, una croqueta de pollo, encima, es una croqueta con ínfulas, que le gustaría ser un ave y descubrir el mundo atravesando los mares, mientras persigue el último rayo de sol de un atardecer cualquiera, que bien podría ser el último. Sin embargo se ha quedado en croqueta, y de pollo (el primer pollo que cruzó el océano era de la marca Starlux). Pensé que me hincharía a darle puñaladas.

Pero esta croqueta está hecha de otra pasta. Y yo no lo sabía. Al primer pinchazo, la croqueta cedió sin llegar a desgarrarse, y la masa se tragó el estilete del tío Jack. Entonces supe que la croqueta estaba hecha de poesía (nada de pollo). Afortunadamente, siempre llevo un estilete de repuesto en mi maletín, así que lo saqué y procedí de nuevo, con algo más de precaución ahora. Pero la croqueta volvió a tragarse mi arma, emitiendo en esta ocasión un quejido melancólico, que no de dolor. Entonces supe que había un enorme pozo de tristeza entre tanta poesía (todo dentro de aquella croqueta desconcertante). Y luego estaban esos malditos dibujos que me hicieron sentirme enfermo, mareado de tanta emoción contenida.

Fue entonces cuando, completamente ciego y aturdido por esa estridencia tan armónica, pisé mi estilete y casi me rompo la crisma.

SENTENCIA: la croqueta (o lo que sea) se salva y el tío Jack huye a lamerse las heridas.