Al asalto del Bastión

Ha llegado el momento de desvelar algunos misterios: recordarán los lectores habituales que la otra noche el tío Jack desapareció y estuvo todo el día perdido, con el consiguiente susto de mi criado. Pues bien, esto es lo que ocurrió...

EL BASTIÓN DE LOS SUEÑOS (a la fecha, nº 1 de los premios por los que tanta sangre se ha derramado ya).

Malditos poetas. El rencor que Jack os guarda es insondable. ¿Qué absurdo azar de la naturaleza os dio lo que a otros nos ha sido negado? ¿Y por qué? Mi nombre es muerte y, aún así, ni la propia dama negra se atreve de trataros como al resto de los hombres. ¿Quiénes sois? Siempre miro a mis víctimas a los ojos mientras mi estilete desgarra las flácidas carnes de sus blogs. Pero la mirada de los poetas, de los auténticos poetas, me quema los ojos...

El Bastión es inexpugnable. Durante varias noches lo intenté todo por infiltrarme en sus dominios. Hasta tuve que exponerme a la luz del día, abandonando el abrigo protector de la niebla y la oscuridad. Al principio recorrí minuciosamente el perímetro de sus murallas, buscando una puerta, una grieta, una hendidura... Pero nada. Después de un par de vueltas perdí la noción del tiempo. No puedo asegurar cuántas veces más intenté hallar la forma de entrar, sólo sé que mi paso se iba acelerando a cada instante, hasta que me vi corriendo todo lo que mis piernas daban de si, sin otro horizonte que la curva continua de su muralla. Y así, sin más voluntad que la permitida por la desesperación, me fui desvaneciendo en un éxtasis hipnótico. Una voz profunda y plena (no sé como, pero sabía que era la del senescal de la fortaleza) me habló desde algún lugar impreciso: “Se trata de correr al máximo, de no dejarse llevar por la inercia, de elegir nuestro propio camino y afrontar nuestra suerte a toda velocidad, pues nuestro entorno es efímero”. Sus palabras resonaron en un eco infinito, como sólo se puede escuchar la poesía, y la música de las esferas. La poesía del senescal (Ivajer Zeraval, aquel que “no muerde jamás el anzuelo del despertar como hacen los otros hombres”) es clara como un manantial de montaña en primavera. Este bastión guarda sueños que son como dardos afilados y precisos: apenas silban antes de encontrarlos desgarrando tus entrañas. Así escribe Zeraval, su sumo sacerdote: tan sencillo y preciso como es necesario.

Antes de perder la consciencia supe que jamás podría penetrar en el Bastión.